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27.2.07

a t.h. of one's own

No quiero ser malinterpretada. Pido que se lean las siguientes líneas concediendo que no escribo desde el reproche. No es un lloriqueo, que éste ya lo he llevado acabo durante muchos años en distintos hombros y sobre el cual hay diarios enteros con enfermizas notas recursivas. Es una inspección, tan objetiva como he podido, de un fenómeno que, creo, he vivido.

Hay dos posturas encontradas sobre la condición del escritor. La primera, de la cual una vaga (quizá no tan vaga) referencia es Charles Bukowski: no baby, si vas a escribir vas a hacerlo aunque vivas en un cuartucho, con un niño llorando todo el tiempo, con el gato enterrándote las uñas en la espalda y afuera el fin del mundo. Por otro lado la postura -si se me permite, parcial- de Virginia Woolf: una mujer necesita un cuarto propio y una renta anual para poder escribir. Sin método de por medio -pues escribo con urgencia- pretendo enfrentar ambas perspectivas con mis propias vivencias ya que creo que de todo esto pueden desprenderse algunas conclusiones que ilustren sobre otros problemas -aparentemente no relacionados- y situaciones del tiempo en que vivimos.

Olvidémonos de las necesidades materiales del escritor: cuarto, renta, computadora. Y las sociales: igualdad de género, libertad de expresión, educación. El proceso de escritura tiene que ver con tres cosas, exclusivamente, concentración, dedicación y perspectiva. No necesita, estoy segura, tiempo de ocio el cual, con frecuencia, resulta perjudicial para la actividad intelectual cuando se da pie a la pereza mental. No necesita una vida de rico, con todos los lujos posibles, la cual también podría aniquilar su impulso creativo, permitiéndole recrearse en lo ya hecho e incluso moverse por el mundo en busca de ello; y su impulso crítico si, para su propia fatalidad, resulta ser un ser acomodaticio. No ahondaré en las circunstancias sociales del escritor que, por otro lado, nada tienen qué ver con la escritura salvo en tanto éstas determinen las circunstancias materiales. Las circunstancias materiales del escritor sólo tienen que ver con la escritura en tanto éstas determinen que el ambiente de trabajo de un escritor sea propicio: no para la inspiración -la cual ocurre, me parece, con mayor frecuencia en las calles y demás lados del mundo por los que escritor se mueva- sino de la dedicación. Las horas sentado frente a la hoja en blanco, el tiempo dedicado a escribir más el tiempo dedicado a reescribir.

Hace algunos años llegué a la conclusión de que la literatura contemporánea sería forzosamente breve porque el ritmo de vida concedía apenas unas cuantas horas al día tanto para leer, y aún menos tiempo, para escribir. Un trabajo de tiempo completo, incluída hora y media de cocina y dos horas de tráfico como mínimo, nos permite dedicar doce horas a nosotros mismos. que si restamos otra hora de comida y siete horas de sueño, nos quedamos con cuatro horas para escribir. Estas hipotéticas cuatro horas son una maravilla si se contrasta con la realidad. Yo misma he buscado hacerme de esas cuatro horas pero no atino -será por incapacidad propia- a robárselas al mundo, a la vida, a la cotidianeidad. El problema, a fin de cuentas, no es una cuestión de cantidad: que uno pueda procurarse cuatro horas al día para dedicarse a escribir (o escribir y leer, que también es escribir) lo concedo. El verdadero problema es la fragilidad de esas cuatro horas. En realidad puedo disponer de ellas por completo. Durante esas cuatro horas puedo, de verdad, alejarme del mundo: meterme en un narrador, meterme en un personaje... ¿Y qué tal cuando se vive al alcance de familiares, amigos, pareja y ellos demandan convivencia? ¿Puede uno decir no? ¿Es fácil decir no a la gente y sí a la hoja de papel? No, es más fácil hacerse ideas: creo que yo en realidad no sirvo para esto y seguir ahogando impulsos de expresividad en notas personales. Vale. Se puede ser un pensador de barrio.

ITUNES
IS
THE
NEW
SILENCE

¿Por qué los padres no entienden que cuando uno está frente a la computadora probablemente quiere concentrarse ya sea en lo que lee o escribe? ¿Por qué piensan que pueden pasar junto a mí, entrar a mi cuarto, golpear la puerta, llamar o simplemente pasar junto a mí lanzando cualquier comentario que saben que no voy a atender? Y sin embargo, lo hacen, y no con la esperanza de que yo reaccione sino inconscientes del fenómeno. Esto. Lo otro. En muchas ocasiones, nimiedades: hablar por hablar que, pese a su intrascendencia, no puedo yo apartar de mi mente. Me distrae alguna de sus frases. O se acumulan varias hasta que finalmente debo detenerme y voltear: ¿qué? Sólo porque no me ven hacerlo, porque el reproche lo hago en mi interior es que creen que sus diálogos no tienen efecto sobre mí, y por lo tanto, no les importa hacerlos. Lo extraño es que resulta, por lo que veo, más fácil hacer un comentario que callarselo. De modo que el hablar es impulsivo, una reacción; y el callar un acto voluntarioso. Pereo, en última instancia ¿qué es esto de vivir aún con los padres a los 25, 27 años?

3.2.07

Transition House

I’m entering right now into a “transition house”, a term I read of in David Mack’s Kabuki (hint: consider the potential of the comic book as subversive media). It reminds me of the house that Descartes said one needs to be at, while destroying one’s old house –let’s say an inherited one- and building the new one (self determined). Right now, mine’s not a physical place, but mental (cognitive? intellectual?) one. But I am looking forward to make it real, that is: to have a place of my own. Not just a house; a life. I am still not sure what course should it take (Sartre says one doesn’t decide, one builds), and I am indeed afraid of being so isolated I am becoming a little dysfunctional (is it no good? would you rather be functional and exist for others?). The fact is that I no longer feel comfortable out there, trying to follow the course of events, keeping on the track. Also, I no longer feel able of achieving a role in society as a professional in any matter. This is something I didn’t see coming. I even thought I had done with my outsiderism. But as they say: wherever you’re standing at, you can’t even imagine what the bottom would be like. I’ve been feeling this for a while (a couple of years) but never as intense as I’m feeling at the moment. I have to find my relation to the world. And chances are it is something rather unfamiliar to me. Whatever I dream of becoming when I was a child, then a youngster, there’s nothing left from it. Many people I don’t want to see them again (they bring back an era of my life that I feel unreal). I used to explain it like this: Hay dos vías, la institucional y la del alma. Either I chose the second, or it chose me. The truth is whatever attempt to return to the institutional way of living would kill this sort of eloquence.

Currently, I spend a lot of time thinking of certain matters (genuinely own inquietudes) that I find it difficult to concentrate in anything else. The last thing I had was the aspiration of being a writer, because I thought it was a social role I could play. But now even that is endangered. And suddenly, I am not afraid of losing that too. I’ve met so many writers in the last two years that I wondered if anything that I was doing was necessary. (It obeyed to that recursive idea of being someone else’s repetition). Besides, I was often invaded by the feeling that whatever i was working on, someone had already done it (better) before. Also: I hated the idea of my work being understood as a piece of entertainment. Like Sartre would say: what is the point of finding new ways to say the old familiar ideas? Now I know that whether I achieve the social recognition as a writer, or not, I write as a means of relating to life. And whether people actually read my work or not, that's something else. I have the security of he who has nothing else to lose. You know, I am learning to lose. And I suspect that at the end, what there is to gain is better than whatever I was looking for, originally.